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Hace tiempo que volví a la fotografía de negativo y seguro que muchos pensáis lo loco que estoy, o que soy un modernito que le gustan los aires vintage.

La razón por la que volví a la fotografía de película fue por desempolvar una cámara vieja que guardaba mi padre en el armario. Una Fuji AX-Multiprogram del año 1983. Después probé una de mi tío, una Cosina CT-1A, más antigua y con menos electrónica.

Mas tarde busqué algo más compacto para poder llevar en mis viajes. Adquirí una Olympus mju que me acompañó a varios viajes pero no daba la calidad óptica que buscaba ni transmitía lo que quería. Por lo que recientemente me hice con una Voigtlander Bessa R2 que espero me acompañe durante mucho tiempo.

Volver al a fotografía de película 35mm no es un capricho, es algo que tiene que sentir cualquier fotógrafo, son las raíces de la fotografía y sin duda te ayuda a mejorar.

Pero realmente ¿que me ha aportado a mi la fotografía de negativo?

Vivir todo el proceso de revelado de inicio a fin

Desde que compramos el negativo hasta que tenemos nuestras fotos en papel, aprendemos a valorar cada paso. Yo compro los negativos Ilford HP5+ por amazon o en fnac y los guardo en el frigorífico para que aguanten las altas temperaturas del verano. Cada vez que abro el frigorífico y los veo pienso en qué fotos le depararán a esos carretes. Qué viajes o aventuras quedarán reflejadas.

El siguiente paso es cargar el negativo en la cámara. Lo mimas con cuidado para no velar más de lo debido y ya estás listo para disparar. Cuando termino el negativo lo guardo como un tesoro y tan pronto puedo lo revelo en casa con los químicos que tengo ya preparados (Ilfosol 3). Después los dejamos reposar y ya están listos para ser escaneados o positivados.

Por desgracia no puedo disponer de una ampliadora en mi casa por falta de espacio pero tengo un escaner Plustek i8100 que me permite digitalizar los negativos y luego puedo mandarlos a positivar.

Valorar más cada toma

Está claro que es un proceso más caro, carretes, químicos, tanque de revelado, etc… por lo que no disparas a diestro y siniestro como haces con la digital. Te tomas tu tiempo, encuadras una vez, cambias la perspectiva encuadras otra vez más y así hasta que ves una toma que realmente merezca la pena. Con esto lo que consigues son fotografías más especiales, que valoras mucho más. Cada toma ha tenido un trabajo y un mimo superior a la digital por lo que cada carrete es muy especial.

Sensación de tener algo tangible

Otro factor importante es el tener unos negativos entre las manos, que podemos tocar y observar a contraluz. Pienso en la infinidad de fotos digitales que he tomado y algunas ni siquiera las he visto en el PC. Han pasado por mi cámara sin pena ni gloria y han acabado almacenadas en un disco duro para la posteridad, porque siendo sinceros, seguramente no vuelva a revisarlas nunca.

Sentir lo que sentían los grandes fotógrafos de la historia

Para que engañarnos, cada vez que revelamos un carrete nos sentimos un poco como Henri-Cartier Bresson o Vivian Maier (bueno, como Vivian no porque no acostumbraba a revelar sus negativos, hehe).

Seguir aprendiendo

Cuando manejamos nuestra cámara digital con los ojos cerrados pensamos que ya somos profesionales y que no nos queda nada más por aprender, pero es curioso, volviendo a los mandos de una cámara manual antigua podemos aprender cosas nuevas, como por ejemplo a medir la luz con la intuición y no con un fotómetro de última generación. A darle la importancia que realmente tienen los diafragmas en la entrada de luz, etc.

Como soy informático, me gusta hacer el símil con la programación. Si quieres programar mejor en código Java, deberías aprender un lenguaje más antiguo y de más bajo nivel como C o C++.

En definitiva, es una opción cara, pero gratificante y enriquecedora. Desde aquí te animo a que te hagas con una reflex antigua y lo compruebes tu mismo. ¡No te arrepentirás!

Te dejo una muestra de una toma en mi último viaje a Londres