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En uno de mis viajes a Valencia, en pleno centro de la ciudad pude realizar una de las tomas que mas cariño tengo, y fue una de las fotos que hizo enamorarme de la fotografía callejera.

No es perfecta técnicamente ni la composición es la mejor, pero por más que he intentado solventar esos defectos, lo único que consigo es quitarle la magia.

Como la mayoría de mis fotografías esta fue una mezcla entre paciencia y suerte. Recuerdo que me paré delante de esa tienda de bicicletas y visualicé un marco perfecto para mi fotografía, sólo tenía que esperar a que alguien o algo le diera vida y consiguiera lo mas importante, que contara una historia.

Pasaron muchas personas que me miraban con recelo ya que estaba apuntándoles con un objetivo que por aquel entonces no era muy discreto, un 18-105mm.

Hasta que apareció ella, la niña. Ni una modelo lo hubiese hecho mejor. Se paró en mitad del encuadre, me miró, y sin decir nada, se dio cuenta de que mi interés estaba centrado en la bicicleta que había colgada. Apuntó su mirada hacia el cielo, fijo sus ojos en la bicicleta y disparé justo para inmortalizar la escena.